Muchas veces me preguntan cómo empecé a hacer lana, y la verdad es que hasta a mi me resulta extraño. Creo que fue como el "amor a primera vista".
Estaba estudiando Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y un día decidí ponerme a tejer para vender luego lo que hiciera. Siempre me han gustado los hilos, hacer pulseras, trenzas de colores, y como no, la tejeduría, tanto el ganchillo como las dos agujas. Tengo y he regalado de todo: jerséis imposibles de usar, cuellos como para cubrir un coche, bufandas... Es verdad que es adictivo. Y un día, navegando por Internet, no se bien cómo, hice el descubrimiento: fotos antiguas de gente hilando con huso.
Fue como si se hiciera la luz en mi cabeza. Empecé a investigar más y me di cuenta de que yo misma podía hacer mi lana. Ya sabía que existía la lana en mecha, pero pensaba que sólo se usaba para hacer fieltro. ( Es sorprendente la cantidad de cosas de las cuales desconocemos su origen.). Así que agarré una aguja de tejer de bambú, corté un pedazo de madera y le hice un agujero para pegar ahí la aguja, "y tempecé a girar". Desde el primer momento en que la lana se convirtió en hilo, supe que no iba a poder parar. Una compañera de piso me hacia bromas diciendo: "-Mira a Eugenia, toda la vida dando vueltas a un palito-". he de decir que me encanta la idea.
Después vino mi perdición, descubrí que la lana se podía teñir. ¡Y con tintes naturales! Ahí me entró la locura. No podía ir por la calle sin mirar las plantas y preguntarme qué color podría obtener de ellas. Y he experimentado muchísimo. ¡Y que bien lo he pasado!
Hacía tanta lana y a la gente le llamaba tanto la atención cuando se lo contaba, que decidí probar a vender. No podía creer que una tienda como All You Knit is Love pudiera tener mis madejas entre esas maravillosas cuatro paredes llenas y llenas de color e hilos.
Con el tiempo, mis padres vieron que aquello no iba a ser pasajero, que se iba a quedar, así que me hicieron mi primera rueca. Ellos que son artistas, hicieron magia y me hicieron el mejor regalo que podían haberme hecho: dieron alas a mis manos hiladoras.
Nunca pude llegar a imaginar dónde me iba a llevar todo esto y la satisfacción personal y alegrías que me iba a dar. No ha sido fácil, ha sido un camino lento y laborioso, pero lo he disfrutado.
Me encanta lo que hago, lo vivo día a día como algo nuevo, lleno de sorpresa, ya que nunca es igual al anterior. Es un proyecto que respira y vive conmigo.
Ha pasado el tiempo, he llenado la casa de ollas, tintes y lana, lana y color. Me hace feliz verlas por casa, trabajar con ellas y me hace inmensamente feliz que a la gente le guste lo que hago, que quieran llevarse un pedacito de Pontelana y hacer magia con cada madeja. A todos los que me han visto crecer y me siguen día a día, madeja a madeja, color a color: MIL GRACIAS, sois vosotros el motor que me ayuda a seguir girando ese palito.